Empiezo a dibujar un poema de pisadas rotas, donde los caminos son grietas, y abajo abismos. Defino cada paso que doy sobre la piedra, pintando las letras con el borde de mi pie. Sangran. A medida que voy avanzando, las huellas que dejo atrás sirven de tinta para amantes. La luna sencillamente es la lámpara sobre el papel (o regalo para musas tristes). Sin embargo, no me conformo con lo que he trazado. Miro y siento que no he empezado a caminar siquiera. Es una metáfora dentro de una metáfora. Como un cuadro de otro cuadro. O un beso dentro de otro beso. Me doy cuenta, que ya he llegado. He caminado en círculos, sin dejar rastro, pero recordando cada lugar que mis ojos pintaron. Ya mis dedos son pinceles, mi iris pintura, y la planta de mis pies, la pluma. Me he escrito a mi (incompleto). Odiando cada defecto que construí y amando seguir teniéndolos. El poema que gira en esta historia soy yo. Lleno de cicatrices, borrones y romanticism...