Punta del Diablo, Uruguay
26 de febrero del 2020
I
Las cadenas se han oxidado.
Ya no es oro lo que brilla,
ahora es la mirada azuleja de un mar en paz.
La tierra nos habla en forma de susurros matutinos
y las olas bañan un corazón de roca al borde de las playas,
ablandándolo un poco más,
pero la mayoría de veces somos desiertos vivientes
sin darnos cuenta que poseemos mil y una dunas dentro.
Las palabras cálidas se gastaron para volverse verbos secos.
¿Salvarnos o apresarnos? Solo el color de las orquídeas
puede respondernos y lo hace constantemente, en silencio.
Ese tipo de silencio que se encuentra en la mirada entre amantes,
en noches de luna llena, en madrugadas costeras.
(¿Por qué nos gritará tanto el sigilo?)
Las hojas y el hombre poseen las mismas venas,
se bañan con la misma luz, aman igual.
El error: nuestra piel quiere definir lo que
solo el alma puede percibir.
Es la magia del Otro Mundo la que tenemos en las palmas
y para eso no existe tarot que lea nuestras manos.
II
Suertes venideras trae la hipnotizante marea
con un canto de sirenas imperceptibles.
Marineros de nuestras lágrimas lograron
llegar al puerto con una gran pesca: libertad.
Pez difícil de encontrar en medio del litoral.
Se tuvo que lanzar por la borda cargamento pasado
( y pesado también) para subir este gran hallazgo.
Se surcaron las aguas vecinas del alba celeste
donde el cielo ríe y la cordillera duerme.
Las almas en pena no pasan por aquí
pues les asusta cuando la noche derrama miles
de gotas blancas.
Pero en el día, es más milagroso el cielo,
pues le otorga a las olas del mar
un vestir dorado que se oculta
solo con los últimos segundos del ocaso.
Los pocos marineros que han llegado a tierra
cuentan su anécdota.
Estuvieron donde el Diablo a Punta
y la tentación casi los obliga a quedarse en aquel sitio.
En estas aguas, la carne es la seducción más grande
y el viento susurra pero nadie escucha.
Las sirenas se presentan en forma de luna brillante
y el canto más bello es el sonido espeso de la noche.
Se pueden vivir años así ( yo lo hice ).
Sin embargo, ahí fueron libres.
Sin darse cuenta, tiraron el ancla al mar
para aferrarse al pasado.
Pero nada sucedió, nada se aferró.
La estela nocturna les hizo el milagro
de hacerlos recordar la luz.
Ese recuerdo surgió únicamente cuando se dieron
cuenta que el ancla nunca pudo sostener el barco
pues su cadena, las cadenas propias del alma
en pena, estaban oxidadas de tanta sal y cal.
Aunque sus vagos corazones de escamas querían
seguir en medio del océano, las aguas mansas
los llevaron de nuevo a nuestro puerto.
Desde que llegaron
no ha sido necesario volver a pescar
pues la libertad es un bocado
que alcanza para toda la vida.
Y ese es el secreto para saber navegar las aguas
de uno mismo.
Aguas que ahogan para volver a la vida.
26 de febrero del 2020
I
Las cadenas se han oxidado.
Ya no es oro lo que brilla,
ahora es la mirada azuleja de un mar en paz.
La tierra nos habla en forma de susurros matutinos
y las olas bañan un corazón de roca al borde de las playas,
ablandándolo un poco más,
pero la mayoría de veces somos desiertos vivientes
sin darnos cuenta que poseemos mil y una dunas dentro.
Las palabras cálidas se gastaron para volverse verbos secos.
¿Salvarnos o apresarnos? Solo el color de las orquídeas
puede respondernos y lo hace constantemente, en silencio.
Ese tipo de silencio que se encuentra en la mirada entre amantes,
en noches de luna llena, en madrugadas costeras.
(¿Por qué nos gritará tanto el sigilo?)
Las hojas y el hombre poseen las mismas venas,
se bañan con la misma luz, aman igual.
El error: nuestra piel quiere definir lo que
solo el alma puede percibir.
Es la magia del Otro Mundo la que tenemos en las palmas
y para eso no existe tarot que lea nuestras manos.
II
Suertes venideras trae la hipnotizante marea
con un canto de sirenas imperceptibles.
Marineros de nuestras lágrimas lograron
llegar al puerto con una gran pesca: libertad.
Pez difícil de encontrar en medio del litoral.
Se tuvo que lanzar por la borda cargamento pasado
( y pesado también) para subir este gran hallazgo.
Se surcaron las aguas vecinas del alba celeste
donde el cielo ríe y la cordillera duerme.
Las almas en pena no pasan por aquí
pues les asusta cuando la noche derrama miles
de gotas blancas.
Pero en el día, es más milagroso el cielo,
pues le otorga a las olas del mar
un vestir dorado que se oculta
solo con los últimos segundos del ocaso.
Los pocos marineros que han llegado a tierra
cuentan su anécdota.
Estuvieron donde el Diablo a Punta
y la tentación casi los obliga a quedarse en aquel sitio.
En estas aguas, la carne es la seducción más grande
y el viento susurra pero nadie escucha.
Las sirenas se presentan en forma de luna brillante
y el canto más bello es el sonido espeso de la noche.
Se pueden vivir años así ( yo lo hice ).
Sin embargo, ahí fueron libres.
Sin darse cuenta, tiraron el ancla al mar
para aferrarse al pasado.
Pero nada sucedió, nada se aferró.
La estela nocturna les hizo el milagro
de hacerlos recordar la luz.
Ese recuerdo surgió únicamente cuando se dieron
cuenta que el ancla nunca pudo sostener el barco
pues su cadena, las cadenas propias del alma
en pena, estaban oxidadas de tanta sal y cal.
Aunque sus vagos corazones de escamas querían
seguir en medio del océano, las aguas mansas
los llevaron de nuevo a nuestro puerto.
Desde que llegaron
no ha sido necesario volver a pescar
pues la libertad es un bocado
que alcanza para toda la vida.
Y ese es el secreto para saber navegar las aguas
de uno mismo.
Aguas que ahogan para volver a la vida.
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