Los ojos la recorrían.
Dibujaban en su piel un arcoíris de sensualidad
y mientras sus pupilas apuntaban de manera letal,
su piel se erizaba lentamente con el frio.
Dibujaban en su piel un arcoíris de sensualidad
y mientras sus pupilas apuntaban de manera letal,
su piel se erizaba lentamente con el frio.
En su camino, los vellos de los brazos se abrían
como el mar ante Moisés, para que aquella boca
navegara por los ríos de su cuerpo
con la certeza de un naufragio inexistente.
con la certeza de un naufragio inexistente.
Y sin embargo, las olas caían unas tras otras:
pequeños rasguños de espalda, sutiles
pequeños rasguños de espalda, sutiles
mordeduras de cuello y un atrevido
apretón de cabello que proclamaban
apretón de cabello que proclamaban
una marea de recuerdos no tan lejanos.
Como si Dios tocara el mar,
sus dedos derretían las yemas en cada tacto
sus dedos derretían las yemas en cada tacto
creando volcanes de pequeñas erupciones.
Provocando fiebres, calores, ansiedades.
Sugiriendo tal vez un riesgo, reparando
quizás unos labios usados.
pues en el mar se tallo una historia que
los peces esperan comérsela para
escupirla sembrando flores a la orilla de la playa,
trayendo consigo (ojalá) una nueva primavera.
Verde, amarilla, roja, azul.
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