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Barcos hundidos


Sobre las fabulosas fantasías de papel siempre navega un barco de tinta. Nada es indeleble y hasta la mas mínima nube cuelga de nuestros cabellos, pues el sol y la lluvia reposan en uno de ellos. Y créeme que si te digo que no hay mañana ni tarde que pueda pintar mi mano es por que ya las letras me han cegado por su querer; son adictivas, salvajes, alucinógenas.

Lo efímero, no. Lo duradero, si. Solo se mantiene lo que en las literas se empolva y algún héroe discreto, como el gran Vargas Llosa, logrará revivir de la tumba lo que alguna vez dejo de ser agua para transformarse en vino. Un milagro literario.
Ahora las cifras están ahogadas, nadie ve, nadie entiende, nadie vive; nos encorvamos lentamente hacia el anonimato. Los reinos se avergüenzan de que cambiemos el papel por el oro, la tinta por la ambición, la vida por la muerte.  

El juego es claro y certero, el que engaña gana, el que cree pierde. La palabra ahora se volvió un maniquí que se reviste de miles de promesas de bocas enredadas en los barriales: tortuosas retoricas que se repiten una y otra vez a lo largo de la historia.
Y nadie cuestiona la verdad, lo irrefutable debe ser refutado una y otra vez pues nada se construye sin destruir un rezago viejo y oxidado que al parecer somos nosotros.
Al fin y al cabo, quizás los pesimistas tenían razón: la humanidad esta condenada a su propio destino.

La poesía muere, la fanfarronería se mantiene.

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